miércoles, 3 de septiembre de 2014

El esposo cansado.


La encontré sentada en el suelo, mirando al vacío, como flotando, volando, floreciendo o marchitando. Difícil indagar lo que hacían sus ojos ausentes que se soplan en el panorama de la monotonía ciudadana, hormigas corriendo, empujando, metiéndose en espacios reducidos para llegar a otros lugares más reducidos. Escriba esto en su libreta jefe, escriba que la vida no es para estar aquí;  anote el tiempo que perdí, el tiempo que le debo, el tiempo, tiempo, tiempo, tiempo.

La tierra se mueve debajo de tí, tiembla de tantos pies que la golpean saltando al ritmo vacío del bajo que suena como el diástole de un corazón palpitando y un  vibrato sostenido en los sentidos de los oyentes. Y se les escapa la noche entre los dedos, intentas sostener el sentimiento inicial con las uñas pero no puedes, es difícil mantener una sensación placentera y sostenida con alguien como tú, que iluminas sonriendo pero destruyes cuando frunces el ceño y se te brota la vena  de la sien. Pero trabajas y a veces viajas, trabajas y a veces vives, trabajas y a veces comes, trabajas y conciertos, trabajas y amigos, trabajas y  trabajas. Entonces, dice la gente que hay que trabajar en algo que guste, porque si se gasta el tiempo haciendo algo en lo que se siente fuera de lugar, se envejece con patas de gallina. Algunos están dispuestos a conformarse, algunas personas confunden la felicidad con el asqueroso conformismo.  

Será que yo me he acostumbrado a ti Dalia, me he acostumbrado a llegar tarde y encontrarte ya dormida, con la boca abierta, a veces me parece que estás como vacía y ya no siento la sensación de trabajo y Dalia, tal vez ahora sólo trabajar y viajar, trabajar y conciertos, trabajar y amigos pero ya no más trabajar y Dalia.