viernes, 14 de diciembre de 2012

El ser más brillante que existe.


Líneas formando palabras que acarician los oídos del músico que compone mientras mira el atardecer, un sol muriendo tras las montañas, la calidez se sacrifica para dejar nacer a la luna que con su luz blanca toca los techos y los rostros de las almas cansadas. Ah, que sospechosa es su mirada incandescente cuando le atraviesa el corazón, sin piedad rasguña lo que hay adentro, ella no lo sabe, no sabe nada, sólo contempla el tiempo mágico y tortuoso que pasa durante las conversaciones calladas.

El otro día miré hacia mi interior, había un desierto nocturno con unas dunas gigantes, agonizaban y entristecían porque no querían ser polvo; cada grano era un pedazo de mí, fracturado y echado en el suelo, siendo soplado y manipulado al antojo del viento. Que triste visión aquella, recuerdo que todo parecía angustioso, la única esperanza en aquel paisaje era el cielo estrellado acompañado por una luna grande que con piedad intentaba iluminar el polvo seco de mi ser despedazado. Pensé por algún tiempo, que esa luna, era ella, sonriéndome, pero se esfumó su presencia y el paisaje seguía igual, aquél ser brillante ya no tenía nombre. Me pregunté ¿Quién era? Y supe que era yo, gritándole al panorama entero que la luz siempre estuvo adentro, no afuera, no estaba en ningunos ojos, en ninguna sonrisa, en ningún nombre ni en ningún rostro, era yo y siempre fui yo, el ser más brillante que existe. 


sábado, 8 de diciembre de 2012

Andrea no está.


El tiempo pasaba lento y los ojos azules del cielo morían tras una nube densa y gris,  humo que se esfumaba envuelto en el viento transparente, él lloraba porque sabía que no había solución, lo que él quería era imposible de conseguir. Quedaba quitarse el traje negro, ponerse la bata blanca y empezar un nuevo día sin ella, un balcón sin ella, un desayuno sin ella, un huevo frito sin ella, una película sin ella. Había una conmixtura de sentimientos que se mezclaban  con la mañana y el café que se enfriaba sobre la mesa mientras Pluto miraba hacia el horizonte, atónito, como tratando de reconocer el mundo que le rodeaba.

Entró al baño a lavarse la cara para volver un poco en sí, se miró al espejo y su mirada se ensombreció, se percató de que en la profundidad  de sus pupilas no había nada, sólo un hoyo negro, un vacío  con un fondo que no podía ser tocado, no importa que tan hondo se fuera, en ese momento era infinito, interminable, casi eterno. El color marrón se apretaba alrededor de la pupila como tratando de entrar sin éxito, se aclaró mientras el punto negro se encogía bajo un rayo de sol que de repente iluminaba el lugar, la tina, el retrete, las toallas, se veían más blancas que nunca, las pupilas de Pluto se  veían más negras que nunca. Un dolor sofocante y un nudo de orca atrapado en su garganta lo acompañaban como un perro fiel, como una amante fea, como una madre preocupada, esos dolores criaban suspiros y esos suspiros le enseñaban a caminar a la tristeza.

A veces salía a comer helado de mandarina en el parque y se acordaba de las anécdotas que ella solía contarle cuando caminaban sin saber hacia donde iban, andaban para conversar y de alguna manera encontrarse el uno con el otro. Hay personas que han estado tan cerca de ti que sientes que son alguna parte de tu cuerpo, cuando se van se siente un hueco en alguna parte, como si te hubieran extirpado el hígado o un riñón, es raro, es difícil que alguien te haga sentir eso, esa sensación metafísica convertida en algo real, algo físico que trastoca la carne y los huesos, son como un miembro fantasma, sabes que ya no existe más pero lo sientes ahí, saliendo de ti, como una ramificación de tu ser, todavía te duele, te pica, sigue sintiéndose y es espantoso. Por algún tiempo es casi como un milagro, algo grandioso, pero llega a volverse una pesadilla cuando ese miembro falta, es como si faltara tu ser entero, tú sabes que sigues ahí pero es como si no estuvieras.