Alguien tocó la
puerta y pensé que eras tú, pero no, la puerta no sonaba y seguía yo, delirando
sobre mi cama, retazos de recuerdos inútiles llenando de basura la existencia.
Había un lijero olor a canela, las tostadas estaban listas y la mantequilla se derretía
sobre ellas, tan suaves, dependientes del calor, todo se desvanece en mi boca y
desaparece para satisfacer una necesidad, no vuelve nunca más, se convierte en
un ciclo que no puedo presenciar porque todo es parte de un filtro donde se
queda “lo importante”. Pero esta vez no, porque nuestra especie es tan
anti-natural que guardamos lo que no necesitamos, lo sabemos, sabemos que
aquello no es necesario pero lo tenemos ahí porque de alguna forma nos da un
sentimiento pegajoso de compañía, invisible, tan ahí, tan déjenme solo.
La gente va a
seguir pasando y uno que otro se volverá a mirarte de nuevo, no sabes porqué
pero a veces lo hacen y lees los ojos, la risa, la cara de los transeúntes que
acaban de levantarse con resaca, unos con sueños, otros sin sueños, con traje,
sin traje, con tatuajes, sin tatuajes, pelo largo, pelo corto, ojos verdes,
ojos miel, ojos cafés, tus ojos y los míos mirándose desde el otro lado,
siempre tan cerca nuestras miradas pero tan lejos nuestros cuerpos.