Íbamos recorriendo ideas entre las arrugas de las sábanas, nos íbamos de viernes a domingo
en la noche cuando tenía que volver al aburrido lunes, lejos de tu cuerpo. Y empezaba así mi lunes mecánico con una
grande esquina del libro doblada en una página de mi memoria. En esa página
estaba la sonrisa y las manos entrelazadas, la nariz arrugada y el día tan
lluvioso afuera pero todo tan soleado adentro en la playa de la cama que nos
dibuja nuevas realidades llenas de suspiros, fuego y brillo en los ojos que se
esconden detrás del párpado cerrado por el beso que se acerca y debe sentirse
en el silencio de los labios, en la oscuridad de cerrar la mirada mientras mi
ser se sumerge en tu energía.
Y quiero un poco más de eso, pero me siento tonta por quererte, porque querer vuelve a la gente tonta y yo puedo
ser todo menos eso: una tonta. Pero estoy en la incertidumbre, sentada al lado
de la ventana de mi cuarto mientras intento raspar el azúcar del fondo de la
taza y te pienso como la tonta que no quiero ser, y soy, porque no sé si estaré
equivocada conmigo o contigo, si es un rotundo sí o un no sé. Mientras tanto espero que nuestra conversación te haya vuelto menos ecléctico en los labios y las camas, pero quién sabe, nadie te sabe ya. Tal vez el martes vuelva todo a la normalidad, tal vez la página se pierda y espere a que el viernes todo vuelva a empezar.