Las hojas cansadas del frío en la mirada de la gente, cayeron,
sintiendo el suelo, aceptando su incapacidad de sostenerse. Ya no había calor y desmayaban una por una, unas descansando, otras huyendo; al final todas morían, nadie
sabe si ellas lo decidieron, o si alguien, o algo, o el mundo las obligó a que
cayeran desesperadas, abandonando el árbol de la vida.
Luego llegó el invierno, la nieve lloraba por ellas, los
animales se escondían en sus refugios y dormían para olvidarlas. En primavera todos despertaron, y como todo, queda sólo el rastro invisible del recuerdo físico
que permanece poco, pero quedan las palabras sabias y la cálida descendencia
que ya no se sabe ni en quién empieza, ni en quién termina, pero está allí, como
una huella más en el código de la especie.
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