Y salgo de ese lugar, ese lugar a donde me invitas cuando ella está ausente. Camino, pienso, y vuelve el miedo, yo sé que en cada encuentro no sabemos si nos volvemos a ver, o si ya no nos veremos nunca, en un mes, seis meses, tres días, un año, que importa, ya cuando veo los ojos castaños dueños de cosas que yo no conozco no importa el tiempo. Y tú crees que yo no me daba cuenta, claro que me daba cuenta, le dedicabas poemas a la dueña de ese techo en el que duermes, pero esos poemas no los escribías para ella, los escribías para la chica de cabello largo y ojos rasgados que te escondía bajo la cama cuando llegaba algún invasor de ese mundo tan extraño y profundo que ambos construyeron y que yo nunca entendí, nunca vi, siempre tuve celos de ese mundo que luego ella despreció, dejó tus pedazos, dejo unos ojos tristes que fumaban para morir con ella, pero ahora fuman para morir solos. Yo sé muchas cosas, pero siempre guardo silencio porque tú nunca guardaste un pedazo para mí, ocupabas la casa, la llenabas a ella de risas aunque en realidad tu verdadera casa estaba en otra mirada oscura, delgada, lánguida, en un país muy lejano en avión.
Y yo siempre entraba al museo, contemplaba tus pinturas, esculturas de ojos lúgubres y domésticos que fueron apagando esa pasión que llevabas cuando yo te admiraba y percibía cada movimiento hermoso de tus labios, de tus brazos que se enroscaban alrededor de tu rostro cuando te apoyabas en el pupitre para quedarte dormido en clase de química. Siempre observaba, pero nunca era parte de la pintura que usabas, no era el lienzo ni las formas que dibujabas, soy una compañera ocasional que se sienta a tu lado mientras pintas, y a veces me sonríes y me besas y confundes las pinturas con mi piel y retratas universos, galaxias, pero siempre fuera del cuadro, siempre al final volvías al cuadro sin mí, y yo me quedaba con una sonrisa taciturna, contemplándote, manchada de rojos, amarillos y púrpuras tristes.
Insisto en alejarme, pero vuelves, siempre vuelves y yo estúpida no aguanto tus ojos mirando mi espalda y me doy la vuelta, corro y te abrazo como si no nos hubiésemos visto en años, siglos, y voy a esa casa de ustedes, que solo es de ella cuando yo me recuesto en su cama, pero es de ustedes cuando me voy. Camino al bus e imagino que la llamas al teléfono, hablan como dos enamorados, se encuentran en la noche y sé que le dices las mismas malditas cosas, en el mismo maldito lecho, con la misma maldita canción de fondo, con el mismo maldito tono de voz dulce; Como si yo nunca hubiese estado, no hay ausencia mía, pero sí hay ausencia tuya…Y duele tanto.