Me pregunto si alguien escucha
los deseos que dejé en el viento, esos que viajan por encima de los árboles,
suenan las ramas crujiendo, las voces de muchas personas cometiendo
soliloquio. A veces quiero quitarme la
sonrisa y regalársela a alguien que si necesite cosas postizas, así esperaría
por la mía, pacientemente, sin que los demás me presionen por tener una buena
actitud hacia todo, hacia todos, cuando ellos en el fondo se sienten igual. El
otro día me encontré contigo en el centro comercial, quise mostrarte el cielo
púrpura de mis sueños pero hablaste demasiado y no escuchaste, me quedé con las
manos moradas, impacientes, esperando, sin poder hablar ni abrir los dedos, así
que fumé y te miré con ternura, comprendiendo que tú no necesitabas escuchar
eso. Te pregunté sobre el viento, sobre las voces que descansan en él, esas
voces llenas de órdenes, de odio, de amor que mueven los árboles, todas
hablando y hablando ¡Y hablando! Pero tú no escuchas nada, nadie escucha nada y
tengo que dejar de hablar porque no tiene sentido que yo intente mostrar algo a
las personas que no ven.
Por eso, me siento dichosa cuando
alguien se atreve a decir algo que tal vez otros nunca piensan, porque es allí
cuando se encuentran los secretos similares, ocultos tras los pétalos azules
del inconsciente, uniendo dos tardes distintas en una sola con un café
caliente, una larga conversación, una comprensión casi transparente.