Así se siente cuando te
transportas a otra época, estás ahí, viéndolos bailar, sonreír, hacer
equilibrio en la cuerda floja de la vida, malabareando con el dolor, la
felicidad, haciendo un show muy colorido, a veces gris, hay personas que desenvuelven el cuerpo para
liberar esa tristeza que se atrapa en el nido de miradas tristes que descansan
y renacen de vez en cuando. Hay mucho vino, mucho sol, debemos esconder el
líquido cálido del éxtasis bajo la chaqueta, estamos infiltrados en un lugar al
que no pertenecemos, pero sólo hoy queremos pertenecer para poder ser libres,
para no ser molestados. Ella está algo pensativa, algo delirante, paranoica, las
carcajadas algo falsas que utiliza su amigo para escapar de eso que no quiere
enfrentar le aruñan los pensamientos, pero no importa ¿Qué más da? El chico de
ojos azules la miró fijamente un par de veces y eso parece suficiente.
Los químicos del cerebro bailan
al ritmo de la música, hay ondas invisibles que envuelven el lugar, forman
flashes veloces alrededor de los que danzan, alrededor de las pelotas, las
cintas, las cuerdas, las latas. Quiere escribir eso que está sintiendo, pero
está tan saciada, tan extasiada de ese sentimiento que no quiere interrumpirlo
con nada, quiere cerrar los ojos y escuchar la melodía, la gente, quiere
escuchar los sonidos excéntricos que ambientan las ideas que bombardean su cerebro
y su espíritu. Ojalá esto nunca acabe, piensa mientras un Marlboro muere
lentamente en su mano, pero todo tiene un fin, la noche cae sobre los hombros
de la ciudad y el fin llega cuando debe fingir un estado menos extraño frente a
sus padres.
Ojalá logres fingir eso.